Jorge Debravo

¿verdad Que Tú No Tienes


¿Verdad que tú no tienes
la barba blanca?
¿Verdad que no, Dios mío?
¿Verdad que Tú no tienes
los ojos negros?
¿Verdad que no, Dios mío?
¿Verdad que Tú no tienes
un puñal en la mano?

Despedida


El camino, despacio,
retrocede a nuestras espaldas.
Todos los árboles se han alejado
hacia el poniente.
Todo en la tierra
se aleja alguna vez.
La luna y el paisaje.
El amor y la vida.
El reloj, en mi muñeca,
dice que son las cinco de la tarde.
La hora de los adioses,
la hora en que la misma tarde
agita nubecillas en despedida.

Apunte Interior


Hoy mi vida no tiene peso alguno:
es un viento, menos que un viento, menos
que una raya de luz.

Ahora ninguno
puede serme oneroso.

No hay terrenos
resquemores debajo de mi alma.

Mi sangre es una roja armonía viva.
Estoy en armonía con la brasa y la calma,
con la voz amorosa y la voz vengativa.

Parece que mis manos no existieran, parece
que mi cuerpo nadara en un agua inocente.
Como un viento desnudo de mi corazón se mece
y hace sonar campanadas dulcemente.

Desvestido


La noche, deseosa, apenumbrada,
te quitó sin pensar las zapatillas...
y —por sentirse blanca y alumbrada—
desnudó blancamente tus rodillas.

Luego —por diversión, sin decir nada—
la noche se llevó tu blusa larga
y te arrancó la falda ensimismada
como una cosa tímida y amarga.

Después te colocaste travesura:
desnudaste tus pechos por ternura
y —hablando de un amor vago, inconexo—

Porque si y porque no, a medio reproche,
desnudaste también, entre la noche,
la noche pequeñita de tu sexo.

Antepasado mío, hoy te he


Antepasado mío, hoy te he visto
gozoso, reencarnado en mis dos hijos.

La tarde olía a madurez y a mango.

Por las mejillas de mis niños
—dulce y amadamente— resbalabas.