Se apostó una cena con los amigos a que llamaba Cojoncio al hijo, y ganó la apuesta. El día del bautizo del niño, su padre, don Estanislao Alba, y sus amigos engancharon una borrachera tremenda. Daban mueras al Rey y vivas a la República Federal. La pobre madre, doña Conchita Ibáñez, que era una santa, lloraba y no hacía más que decir:
-¡Ay, qué desgracia, qué desgracia! ¡Mi marido embriagado en un día tan feliz!

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