Dédalo

Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Quevedo
DÉDALO

Enterrado vivo

en un infinito

dédalo de espejos,

me oigo, me sigo,

me busco en el liso

muro del silencio.


Pero no me encuentro.


Palpo, escucho, miro.

Por todos los ecos

de este laberinto,

un acento mío

está pretendiendo

llegar a mi oído...


Pero no lo advierto.


Alguien está preso

aquí, en este frío

lúcido recinto,

dédalo de espejos...

Alguien, al que imito.

Si se va, me alejo.

Si regresa, vuelvo.

Si se duerme, sueño.

—«¿Eres tú?», me digo...


Pero no contesto.


Perseguido, herido

por el mismo acento

-que no sé si es mío-

contra el eco mismo

del mismo recuerdo,

en este infinito

dédalo de espejos

enterrado vivo.

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