La Doncella Verde

LA DONCELLA VERDE


En la muerte de José Enrique Rodó.


En la quieta impostura virginal de la noche

que cobija al amor con un tenue derroche

de luceros, padrinos del erótico abrazo,

el mundo de Rubén Darío se contrista

por el cordial filósofo que sembró en el regazo

de América esperanzas, por el espectro artista

que hoy arroba al Zodíaco con su arenga optimista.

Yo alabo al confesor de la Santa Esperanza

y a la doncella verde en la misma alabanza.

Esperanza, doncella verde, tu vestidura

es el matiz de una corteza prematura.

Esperanza, en el arco iris, tu cabellera

ameniza los cielos como una enredadera.

Esperanza, los astros en que titila el verde

son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde.

Los ojos vegetales con que miras y salvas

parodian a la felpa rústica de las malvas.

En la luz teologal de tus dos ojos claros

se surten las luciérnagas, las joyas y los faros.

Rayan la oscuridad del más oscuro mes

las puntas de esmeralda de tus ínclitos pies.

Y tapizas el antro submarino, y la armónica

cuita de los cipreses, y la paleta agónica.

¡Oh doncella, que guardas los suspiros más graves

del hombre, como guarda un llavero sus llaves:

un relámpago anuncia que el instante se acerca

en que tiñas de ti las aguas de mi alberca,

y a tu paso, fosfórica e inviolable mujer,

mi corazón se abre, pronto a reverdecer!

Y bajo la impostura virginal de la noche

que cobija al amor con un tenue derroche

de luceros, un mito saludable me afianza

y alabo al confesor de la santa Esperanza

y a la doncella verde en la misma alabanza.


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