Antonio y Cleopatra

Juntos, los dos contemplan desde altiva terraza
a Egipto adormeciéndose bajo un cielo asfixiante,
y hacia Sais y Bubastis corre el río gigante
en torno al negro Delta que sus ondas rechaza.

El invicto soldado, bajo la gran coraza,
cautivo de un ensueño infantil y distante,
siente contra su pecho cómo tiembla, anhelante,
el cuerpo voluptuoso que estrechamente abraza.

Ella desató al viento sus oscuros cabellos
y le ofreció sus labios: de fugaces destellos
una lluvia dorada sus ojos despedían.

Inclinóse el ardiente Imperáter romano,
y en esos grandes ojos vio un inmenso oceano
donde errantes galeras derrotadas huían.
464
0

Véase también



A quién le gusta

A quién le gusta

Seguidores