Pablo Neruda

Pablo Neruda
Movimiento surrealista Nobel
Nacido 12 Julio 1904 (Parral, Chile)
Murió 23 Septiembre 1973 (Santiago, Chile)
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Las Furias Y Las Penas

En el fondo del pecho estamos juntos,

en el cañaveral del pecho recorremos

un verano de tigres,

al acecho de un metro de piel fría,

al acecho de un ramo de inaccesible cutis,

con la boca olfateando sudor y venas verdes

nos encontramos en la húmeda sombra que deja caer besos.


Tú mi enemiga de tanto sueño roto de la misma manera

que erizadas plantas de vidrio, lo mismo que campanas

deshechas de manera amenazante, tanto como disparos

de hiedra negra en medio del perfume,

enemiga de grandes caderas que mi pelo han tocado

con un ronco rocío, con una lengua de agua,

no obstante el mudo frío de los dientes y el odio de los ojos,

y la batalla de agonizantes bestias que cuidan el olvido,

en algún sitio del verano estamos juntos

acechando con labios que la sed ha invadido.

Si hay alguien que traspasa

una pared con círculos de fósforo

y hiere el centro de unos dulces miembros

y muerde cada hoja de un bosque dando gritos,

tengo también tus ojos de sangrienta luciérnaga

capaces de impregnar y atravesar rodillas

y gargantas rodeadas de seda general.


Cuando en las reuniones

el azar, la ceniza, las bebidas,

el aire interrumpido,

pero ahí están tus ojos oliendo a cacería,

a rayo verde que agujerea pechos,

tus dientes que abren manzanas de las que cae sangre,

tus piernas que se adhieren al sol dando gemidos,

y tus tetas de nácar y tus pies de amapola,

como embudos llenos de dientes que buscan sombra,

como rosas hechas de látigo y perfume, y aun,

aun más, aun más,

aun detrás de los párpados, aun detrás del cielo,

aun detrás de los trajes y los viajes, en las calles donde la
gente orina,

adivinas tos cuerpos,

en las agrias iglesias a medio destruir, en las cabinas que el mar
lleva en las manos,

acechas con tus labios sin embargo floridos,

rompes a cuchilladas la madera y la plata,

crecen tus grandes venas que asustan:

no hay cáscara, no hay distancia ni hierro,

tocan manos tus manos,

y caes haciendo crepitar las flores negras.


Adivinas los cuerpos

Como un insecto herido de mandatos,

adivinas el centro de la sangre y vigilas

los músculos que postergan la aurora, asaltas sacudidas,

relámpagos, cabezas,

y tocas largamente las piernas que te guían.


Oh conducida herida de flechas especiales!


Hueles lo húmedo en medio de la noche?


O un brusco vaso de rosales quemados?


Oyes caer la ropa, las llaves, las monedas

en las espesas casas donde llegas desnuda?


Mi odio es una sola mano que te indica

el callado camino, las sábanas en que alguien ha dormido

con sobresalto: llegas

y ruedas por el suelo manejada y mordida,

y el viejo olor del semen como una enredadera

de cenicienta harina se desliza a tu boca.


Ay leves locas copas y pestañas,

aire que inunda un entreabierto río

como una sola paloma de colérico cauce,

como atributo de agua sublevada,

ay substancias, sabores, párpados de ala viva

con un temblor, con una ciega flor temible,

ay graves, serios pechos como rostros,

ay grandes muslos llenos de miel verde,

y talones y sombra de pies, y transcurridas

respiraciones y superficies de pálida piedra,

y duras olas que suben la piel hacia la muerte

llenas de celestiales harinas empapadas.


Entonces, este río

va entre nosotros, y por una ribera

vas tú mordiendo bocas?

Entonces es que estoy verdaderamente, verdaderamente lejos

y un río de agua ardiendo pasa en lo oscuro?

Ay cuántas veces eres la que el odio no nombra,

y de qué modo hundido en las tinieblas,

y bajo qué lluvias de estiércol machacado

tu estatua en mi corazón devora el trébol.


El odio es un martillo que golpea tu traje

y tu frente escarlata,

y los días del corazón caen en tus orejas

como vagos búhos de sangre eliminada,

y los collares que gota a gota se formaron con lágrimas

rodean tu garganta quemándote la voz como con hielo.


Es para que nunca, nunca

hables, es para que nunca, nunca

salga una golondrina del nido de la lengua

y para que las ortigas destruyan tu garganta

y un viento de buque áspero te habite.


En dónde te desvistes?

En un ferrocarril, junto a un peruano rojo

o con un segador, entre terrones, a la violenta

luz del trigo?

O corres con ciertos abogados de mirada terrible

largamente desnuda, a la orilla del agua de la noche?


Miras: no ves la luna ni el jacinto

ni la oscuridad goteada de humedades,

ni el tren de cieno, ni el marfil partido:

ves cinturas delgadas como oxígeno,

pechos que aguardan acumulando peso

e idéntica al zafiro de lunar avaricia

palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas.


Por qué sí? Por qué no? Los días
descubiertos

aportan roja arena sin cesar destrozada

a las hélices puras que inauguran el día,

y pasa un mes con corteza de tortuga,

pasa un estéril día,

pasa un buey, un difunto,

una mujer llamada Rosalía,

y no queda en la boca sino un sabor de pelo

y de dorada lengua que con sed se alimenta.

Nada sino esa pulpa de los seres,

nada sino esa copa de raíces.


Yo persigo como en un túnel roto, en otro extremo

carne y besos que debo olvidar injustamente,

y en las aguas de espaldas cuando ya los espejos

avivan el abismo, cuando la fatiga, los sórdidos relojes

golpean a la puerta de hoteles suburbanos, y cae

la flor de papel pintado, y el terciopelo cagado por las ratas y la cama

cien veces ocupada por miserables parejas, cuando

todo me dice que un día ha terminado, tú y yo

hemos estado juntos derribando cuerpos,

construyendo una casa que no dura ni muere,

tú y yo hemos corrido juntos un mismo río

con encadenadas bocas llenas de sal y sangre,

tú y yo hemos hecho temblar otra vez las luces verdes

y hemos solicitado de nuevo las grandes cenizas.


Recuerdo sólo un día

que tal vez nunca me fue destinado,

era un día incesante,

sin orígenes, Jueves.

Yo era un hombre transportado al acaso

con una mujer hallada vagamente,

nos desnudamos

como para morir o nadar o envejecer

y nos metimos uno dentro del otro,

ella rodeándome como un agujero,

yo quebrantándola como quien

golpea una campana,

pues ella era el sonido que me hería

y la cúpula dura decidida a temblar.


Era una sorda ciencia con cabello y cavernas

y machacando puntas de médula y dulzura

he rodado a las grandes coronas genitales

entre piedras y asuntos sometidos.


Éste es un cuento de puertos adonde

llega uno, al azar, y sube a las colinas,

suceden tantas cosas.


Enemiga, enemiga,

es posible que el amor haya caído al polvo

y no haya sino carne y huesos velozmente adorados

mientras el fuego se consume

y los caballos vestidos de rojo galopan al infierno?


Yo quiero para mí la avena y el relámpago

a fondo de epidermis,

y el devorante pétalo desarrollado en furia,

y el corazón labial del cerezo de junio,

y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,

pero me falta un suelo de cal con lágrimas

y una ventana donde esperar espumas.



Así es la vida,

corre tú entre las hojas, un otoño

negro ha llegado,

corre vestida con una falda de hojas y un cinturón de metal
amarillo,

mientras la neblina de la estación roe las piedras.


Corre con tus zapatos, con tus medias,

con el gris repartido, con el hueco del pie, y con esas manos que el
tabaco salvaje adoraría,

golpea escaleras, derriba

el papel negro que protege las puertas,

y entra en medio del sol y la ira de un día de puñales

a echarte como paloma de luto y nieve sobre un cuerpo.


Es una sola hora larga como una vena,

y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado

transcurrimos,

apartando las sílabas del miedo y la ternura,

interminablemente exterminados.