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El Último Día Del Año Y El Primero

EL ÚLTIMO DÍA DEL AÑO Y EL PRIMERO


A mi hermano Pedro



Aquí tienes al anciano

terminando su agonía,

y al niño en el mismo día

empezando su vivir.

Escucha cual suena, hermano,

de ése que viene el gemido

con el adiós confundido

del otro que va a partir.


¿Qué es más triste, la ignorancia

de aquel que busca la vida,

o de otro que perdida

deja la vida, el saber?

¿Qué lloras más, a la infancia

que a padecer se encamina,

o a la vejez que termina,

hermano, su padecer?


Tuvo el año lozanía,

bella fue su primavera,

mas ¿sabes en la pradera

para qué las flores son?

Para hacernos más sombría,

cuando acaba su belleza,

de los campos la tristeza

en la invernal estación.


¿Dudas? ¡ay! estrecha cuenta

hoy al año reclamemos,

y sus penas coloquemos

al lado de su placer.

Ya verás cuál se acrecienta

ancho el cerco de sus males,

y el de sus bienes cabales

cuán estrecho viene a ser.


Tenemos pena cumplida,

ventura sólo aplazada,

con lágrima anticipada

tan antes pagada ya,

que parece que la vida

poscrita al placer tenemos,

y sólo que le soñemos

castigo el dolor nos da.


Tal nos pasa, tal sufrimos,

tal es el mundo presente;

tras nosotros otra gente

más dichosa ha de venir:

que las almas que nacimos

de este siglo entre las guerras,

para cruzar nuestras tierras

en un perpetuo gemir.


Bardos vendrán más contentos

en otra edad venturosa

que la vida hallen hermosa

y canten sólo placer;

mas nosotros, descontentos

de estos tiempos revoltosos,

con los ojos lagrimosos

cantamos el padecer.


Y cuando el año termina

más nuestro duelo se aumenta;

triste el año es que ahuyenta

¿mas cómo el otro será?

Esa aurora que vecina

sigue ya a la noche esta

en alas del sol traspuesta,

¿sabes tú qué luz traerá?


¿Podrán los ojos mirarla

frente a frente sin recelo?

¿Brillará pura en el ciclo?

¿Saldrá envuelta en lobreguez?

¿Vendrá algún astro a eclipsarla,

tanta nube a oscurecerla,

que nunca logremos verla

en completa brillantez?


Allá los sabios que miran

por la noche a los luceros,

en sus cálculos certeros

lo que averiguan dirán;

mas a mí que no me inspiran

profecías las estrellas,

no puedo decir por ellas

lo que los años traerán.


Pero los temo y los lloro,

y entre su noche y su aurora

está para mí la hora

más triste del corazón;

del rudo bronce sonoro

que entrambos años separa,

temblando aguardo la clara

y solemne vibración...


Dos... cuatro... seis... alegría

al que nace saludemos;

ocho... diez... doce... ¡lloremos

al que deja de vivir!

Es del año la agonía

y el nacimiento del año,

la esperanza y desengaño

lo pasado y porvenir.

Ermita de Bótoa, 1847