Algunos Poemas

A Elisa

En buen hora llegaste, compañera,
la desdeñosa irónica sonrisa
que tan amarga para el alma era
cesa ya de afligir a la poetisa;
rompimos el concierto muy aprisa
sin aguardar compás en nuestra era
y las damas cerraron los oídos
y el sexo fuerte prorrumpió en silbidos.

«¡Extraño caso! ¡una mujer que canta!
Tan sólo oímos la mujer que llora».
Eso gritaron los que aplauden ora
con tanto bravo y con palmada tanta:
¡fuerza de la opinión cómo quebranta
la ley de muchos siglos triunfadora
y lo que ayer fue arroyo es hoy torrente
marchando de los tiempos la corriente!

No conquistó Pizarro el pueblo de oro
con más fatiga, con mayor quebranto
que de elevar al aire el pobre canto
la libertad nuestro sencillo coro;
sonó la voz pero sonó entre lloro,
porque al fin de las hembras es el llanto,
y cantar sin gemir, cantar placeres
es propio de varón, no de mujeres.

Porque lo sabes ¡ay! nuestra es la pena;
el mayor infortunio en las naciones
herencia de mujer, no de varones,
no podrán usurparnos la cadena;
ven conmigo a gemir en hora buena
y a defender, amiga, estos blasones
de tristeza y sentir y mala suerte
que no nos puede hurtar el sexo fuerte.

¿Cómo formar jamás esa armonía
de gracioso contraste, compañera,
si la mujer humilde no gimiera
mientras el hombre soberano ría?
Canta la vida triste, amiga mía,
que ellos deben cantar la placentera,
y pues que suyos son placer y risa
que le dejen el llanto a la poetisa.

No ha de mudar la ley volcar el trono
de las dolientes hembras el gemido,
ni el gobierno en los hombres repartido
ha de ceder el mundo en nuestro abono;
¡ni le plegue el Señor! en abandono
quede primero el sexo y confundido
que en la palestra pública lanzado
intrigante, ambicioso, arrebatado.

Para oprimir al pueblo el hombre hasta;
no los yerros del mundo acrecentemos,
no en la tribuna ni en la lid busquemos
renombre duro a nuestra blanda casta;
de la bandera nacional el asta
en los brazos endebles que tenemos
presto al suelo con nos diera y consigo
dejando el reino libre al enemigo.

¡Oh no! jamás. —En la modesta casa
por toda gloria nuestro canto alcemos
y del soberbio dueño conquistemos
el privilegio de llorar sin tasa;
que siempre habrá de ser la vena escasa
por mucho, compañera, que lloremos
para gemir del hombre el cruel dominio
sus ímpetus de sangre y de exterminio.

¡Ojalá cuando en guerra desastrada
se despedazan cual salvajes hienas,
pudieran estas lágrimas serenas
su mejilla bañar seca y tostada!
¡Ojalá cuando, en ley desesperada,
lanzan al reo bárbaras condenas
sobre el peligro al tender rasgo inhumano,
regarán estas lágrimas su mano.

Cuando nos oigan, cuando el loco orgullo
ceda del hombre en nuestro siglo ciego,
no estéril ha de ser el dulce riego
que hoy brota en melancólico murmullo;
nueva generación, ora en capullo,
crecerá, se alzará, brillará al fuego
del maternal amor; sol refulgente
que aun anublado está en la edad presente.

A Herminia

¿No ves qué tierra, qué cielo,
uno azul, otra florida?
¿No ves qué estrellas, mi vida,
no ves qué luna, qué sol?
¿No ves qué hermoso es el suelo
donde Dios te ha confinado?
Es fecundo, es dilatado,
es soberbio, es.... ¡español!

Yo no vi de ese paisaje
sino el rincón por su extremo;
mas no hay duda que es supremo
cual su tinta su pincel;
pues, el lugar más salvaje
de nuestra bella comarca
forma, en los valles que abarca,
a España rico dosel.

Por cada grano de tierra
brota en ella una semilla;
no hay extranjera avecilla
que no nos la venga a hurtar:
los pueblos nos mueven guerra
por sólo pisar a España,
cual transeúnte cabaña
lamiendo el suelo al pasar.

Cuando sacuda tu mente
de la infancia los ensueños,
estos campos tan risueños
y riquísimos al ver;
¿por qué dirás esa gente,
que ha marchado a mi venida,
pasó la preciosa vida
en quejas de padecer?

¿Por qué las tiernas mujeres,
que a mi llegar se alejaron,
tantas lágrimas lloraron
vertidas del corazón?
Si tiene el mundo placeres
y la vida tal encanto,
¿por qué se ha dolido tanto
la muerta generación?

Prende fuego en la montaña
y devasta la pradera;
mas oye a la primavera,
la yerba vegeta más:
así en la guerra de España
que estos seres encendimos
de cenizas os servimos
a los que venís detrás.

¿Sabes tú para que puedas
alcanzar luz en tus días
qué de noches tan sombrías
estamos pasando aquí?
¡Tú que en el valle te quedas
cuando nosotras nos vamos
no sabes cómo le hallamos
al venir antes de ti!

De laureles, de riqueza
de altos honores cargados,
son, Herminia, desgraciados
los hombres de nuestra edad;
de brillantes, de belleza
y de amores circundadas
mujeres muy desdichadas
son las de esta sociedad.

Pero tú que has retardado
más que aquellos tu venida,
vas a encontrar en la vida
más placer, menos dolor;
pues que de España han cruzado
tantos otros el camino,
que sufre ya el peregrino
sus asperezas mejor.

Ya nuestro campo no vemos
salpicado y reteñido
con la sangre que ha vertido
la guerrera juventud;
y ya tranquilos podemos
elevar nuestras canciones,
sin que vengan los cañones
a atronar nuestro laúd.

Ni ya rechazan del coro
a las cantoras mujeres;
pues al fin que somos seres
de la especie racional,
en este siglo sonoro
los españoles declaran...
¡Qué indulgencia!... y nos preparan...
¡Qué dicha!... lauro inmortal.

Pero es tarde, Herminia mía,
tarde ya para esta gente,
que ha pasado tristemente
lo mejor de su vivir;
esa naciente alegría
que en nuestro pueblo resuena
no basta a calmar la pena
que venimos de sufrir.

De las pasadas tormentas
naves nosotras heridas,
vamos a quedar sumidas
presto en el revuelto mar;
pero tú, que apenas cuentas,
Herminia, trescientos soles,
a los puertos españoles
logras a tiempo arribar.

¡Quiera Dios que la bonanza
con que empieza tu fortuna
como te mima en la cuna
te mime en la juventud!
Cada niña una esperanza
de placer es para el mundo:
¡quiera Dios que tú fecundo
manantial seas de virtud!

Que los dulcísimos nombres
que te da el materno anhelo
de serafín y de cielo
vayan de tu vida en pos.
Que embelesados los hombres
al exclamar —«¡qué hermosura!»
añadan siempre:—«¡y qué pura!
¡Bendígate, Herminia, Dios!»

Tú Me Pides Querer Y Te He Querido

Si clamo a ti, Señor, ¿no has de escucharme
tú de quien es la inmensidad oído?
¿Tú que la hirviente mar has contenido,
no has de poder el corazón calmarme?
¿Un átomo de luz no podrá darme
ése que tantos soles ha encendido?
¡Pues cómo has de dejar, Señor, mi vida
¡ay! ciega y sin consuelo y desoída!

Yo me acerco hoy a ti; yo estoy contigo;
sumiso el corazón tengo a tu lado,
pasión, orgullo y penas han callado,
no hay más que fe por ti, no hay más conmigo:
ordéname; una voz y yo te sigo
¿Qué me quieres decir, qué me has hablado?
¡Por qué mi ruda y tarda inteligencia
no basta a percibir su dulce esencia!

Yo que te adoro a ti desde la infancia,
yo que te busco en incansable anhelo,
yo que más que a la tierra miro al cielo,
yo que a tu gloria aspiro en mi constancia,
¿he de perder, Señor, por la ignorancia
de no entender tu voz, tu gran consuelo?
¿He de ofenderte, he de labrar mis penas
por no escuchar bien claro qué me ordenas?

Mas tú no hablas jamás; no por acentos
tu voluntad al universo explicas;
tienes en tu saber notas más ricas
para expresar tus altos pensamientos;
hablan por ti, Señor, los sentimientos
con que alivias el alma o mortificas,
y yo en ese lenguaje he comprendido
que me pides querer y te he querido.

Tú nos pides amor, amor constante
de agradecido pecho justo pago,
tú que una vida das por un halago,
tú de la humanidad eterno amante,
¿y antes quieren, Señor, que el alma errante
se fatigue de error en error vago,
que tener por consuelo en este mundo
cariño tan dulcísimo y fecundo?

Aquí abajo, del mundo habitadora,
dicen, Señor, que hay una docta gente
que no te reconoce, no te siente,
que no te admira, que jamás te adora;
que no te rinde gracias ni te implora
en el placer, en el dolor vehemente;
mas, fábula del mundo es torpe y vana,
porque no puede haber tal raza humana.

Pues al darnos la luz, belleza tanta
como a su inmenso rayo percibimos;
¿ignoramos, Señor, que la debimos
a un ser que desde el polvo nos levanta?
Tu grande majestad suprema y santa
nuestros ojos no ven, mas la sentimos:
el genio puede errar, cuando te niega,
pero no el corazón, cuando te ruega.

Existes, y las gentes lo entendemos,
desde la misma cuna te adoramos,
mas ¿sabes por qué luego te olvidamos?
Por malicia, señor, porque tememos;
no nos place tener jueces supremos
porque mejor sin leyes nos hallamos,
y antes que resignarnos a la pena
negaremos al Dios que nos condena.

Pero yo que te amé desde la infancia,
yo que te busco en incansable anhelo,
yo que más que a la tierra miro al cielo,
yo que a tu gloria aspiro en mi constancia;
acudo a tu saber en mi ignorancia,
acudo en mi aflicción a tu consuelo,
y es tal la fe con que te ruega el alma
que en esta misma fe logra la calma.
Carolina Coronado
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