Algunos Poemas

A Mi Hermano Emilio Memorias De La Infancia

Ya no es tan joven mi vida
que desde esta cima, hermano,
logre ver distinto el llano
donde quedó mi niñez.

Es la pradera florida
bajo la sombra de un monte,
y por eso es su horizonte
más delicioso, tal vez.

Yo con el rostro no acierto
de ese tiempo fugitivo,
mas su belleza percibo
de los años al trasluz,

como aquel reflejo incierto,
aquellos matices rojos
que perciben nuestros ojos
cerrados frente a la luz.

Yo no sé lo que soñaba
mas recuerdo mis amores;
sé que amaba entre las flores
a un hermoso tulipán:

y que a mis solas le hablaba,
Emilio, tan dulcemente
que murmuraba el ambiente
celoso en mi tierno afán.

Lloré cuando se agostaba
su cabeza peregrina
pero amé a la golondrina
así que la flor murió:

la golondrina emigraba
y entonces, Emilio mío,
a mi constante amorío
buscaba otro objeto yo.

¡Oh!¡Todo me enamoraba
en aquel tiempo querido!
¡Cuál me recuerda un sonido
el ave y el tulipán;

y la fuente que manaba
el agua que yo bebía
y el campo donde crecía
la semilla de mi pan!

¡Pero si no me comprendes,
si aquella edad ha pasado
y yo ya tengo olvidado
el suave idioma infantil!

si por acaso me atiendes
huyes riendo a deshora,
¿por qué no estoy en tu aurora
o tú no estás en mi abril?

Tú juzgas porque me hallaste,
bello garzón, a tu lado
que una ruta ha señalado
a nuestra existencia Dios:

no, que tu vía empezaste
en la mitad de la mía
y poco por esa vía
iremos juntos los dos.

Emilio, cuando recuerdes
cual yo tu pasada infancia,
ya habrá una eterna distancia
que me separe de ti;

entonces, tal vez, te acuerdes
de mí, cual yo de las flores,
y entre tus tiernos amores
me cuentes, Emilio, a mí.

Versos Improvisados Con Varios Motivos La Empresa Del Ferrocarril De Extremadura

Bien llegados a España, caballeros.
Esta joven nación, su tierra pura
os brinda a los amigos extranjeros
que lecciones la ofrecen de cultura:
por el terso carril marchen ligeros
los hijos de la rica Extremadura,
vuestras artes, y ciencias y portentos
a igualar y vencer con sus talentos.

¡O mi pueblo, sencillo patriarca
tan agreste pacífico y tan rudo,
de ferrados-carriles tu comarca
van a ornar, y ya en vez del torpe y mudo
buey que sus pasos por minutos marca
¡rodará gran vapor!... ¿Quién tanto pudo?
¿Qué impulso, qué vigor, qué movimiento
pone a tan bella fábrica el cimiento?

Hay una tierra, en medio el Océano
donde O''Connell nació y a Byron cuenta,
¿qué reino hallar más fuerte y soberano
que la patria feliz que a ambos alienta?
Pues ya del genio y del poder Britano
tanto el raudal inmenso se acrecienta
que sus diques rompiendo a inundar pasa
el virgen suelo que de sed se abrasa.

Ya corren hasta aquí sus manantiales;
ya el campo bebe su copioso riego;
ya florecen brillando a sus cristales
el extremeño prado y el manchego.
¡Ay! los que tal pobreza y tantos males
en la guerrera lucha a sangre y fuego,
soportaron pacientes, ¿cómo ahora,
dicha comprenderán tan seductora?

Agriado el corazón por los azares,
perdida en desengaños la esperanza,
nada aguardamos ya sino pesares,
sólo en el mal tenemos confianza;
por eso hacia la gente de los mares
torva la vista, y suspicaz se lanza
y rechazando el bien porque suspira
responde el español: «Fraude, mentira».

Empero, no a los hijos de Bretaña
que nos tendieron las amigas manos
cuando el Coloso amenazó a la España
deben temer los nobles castellanos;
antes bien recordar la fiel campaña
que hicieron los dos reinos como hermanos
para que aliento infunda a la memoria
de Wellington su lauro y nuestra gloria.

¡Por qué ese recelar eterno y triste!
¡Por qué en el porvenir tal desconsuelo!
¡Por qué así nuestro espíritu reviste
con su negro color el blanco cielo!
Tal vez el hado en el rencor desiste
con que siguió nuestro cefrado suelo,
y su primer sonrisa alegremente
nos muestra en el camino reluciente.

¡Cuánta prosperidad, cuánta grandeza!
¡Cuán fecundos los montes hoy salvajes
pavimentos darán con su corteza,
moradas ornarán con sus ramajes!;
cuántos pueblos, alzando la cabeza
por contestar de Europa a los ultrajes
«venid aquí —dirán— pueblos hambrientos,
¡que nosotros estamos opulentos!»

A Rioja

Rioja vive en ellas,
Rioja en esas flores
que brillan a mis ojos aún más bellas
porque son de Rioja los amores.

Esos albos jazmines
de su pecho llagado,
por enemigos fieros y ruines
fueron el lenitivo regalado.

Esos claveles rojos,
esas rosas lozanas,
honor tuvieron se alegrar sus ojos
y de ceñir sus sienes soberanas.

El bardo agradecido
alzó a sus compañeras
un canto, que en los siglos repetido,
vino a llenar también estas riberas.

Y así cual las historias
y los célebres nombres
de abuelos que obtuvieron altas glorias
repiten a los nietos, otros hombres.

Así a las de mi huerto
repito las canciones
que otro pueblo de flores, que ya es muerto,
logró inspirar en béticas regiones.

Y es mucha maravilla
el mirar cómo ellas
doloridas oyen, por mi voz sencilla,
de su sentido vate las querellas.

Paréceme que gimen,
paréceme que llanto
brota de entre sus hojas, que se oprimen
de sentimiento al escuchar el canto.

¡Oh Rioja, oh poeta!,
¡y cuán poco su alma
tiene del mundo a la ambición sujeta
quien en vergel humilde halla la calma!

Un libro y un amigo
en tu modesta vida
¡oh sabio angelical! bastan contigo
para lograr la dicha apetecida.

No te cuidas de honores,
desdeñas la riqueza
y ensalzas la belleza de las flores
al par que otros del oro la grandeza.

Fenómeno del mundo,
que no comprende ahora
el siglo en ambiciones tan fecundo,
la edad en avaricias tan creadora.

¿Quién hoy ya se contenta
con la sencilla vida?
¿Quién no va tras de vida turbulenta?
¿A quién la paz del alma es hoy querida?

Los niños envejecen
de ambición prematura;
los bosques de laureles no abastecen
el ansia de laurel de una criatura.

El atrevido mozo
por el mando se afana,
cuando el albor de su naciente bozo
anuncia apenas su primer mañana.

¡Y dichoso si fuera
orgullo solamente!
¡Dichosos si esta raza no sintiera
de la codicia el aguijón hiriente!...:

Mas no, dulce Rioja
turbe nuestro reposo
esa amarga verdad que el alma enoja
y el corazón rechaza generoso.

Pensemos que esa tierra
la habitan serafines,
pero huyendo su gloria que me aterra,
tomemos a tu reina de jazmines.

Yo en las flores te veo,
tu cuerpo ha fenecido,
mas las alas del tiempo a mi deseo
de tu espíritu un átomo han traído.

Y fecunda mi alma,
así tu pensamiento
cual de su amiga a la distante palma
fecunda el germen que transmite el viento.

Por eso amo a las flores,
porque vives en ellas;
porque fueron, Rioja, tus amores,
son esas flores a mis ojos bellas.

Si su color admiro,
si percibo su esencia,
escucho un melancólico suspiro,
oigo de su arpa dulce la cadencia.

Y llevo reverente
a mis labios su hoja,
diciendo al huerto en mi entusiasmo ardiente
béselas yo pues las cantó Rioja.

En El Álbum De Una Amiga Ausente

No, los recuerdos que en el mar se escriben
no los borran el tiempo ni la ausencia;
allá en las olas resonando viven.

¿Qué es olvidar? ¿qué fuera la existencia,
si hasta el recuerdo de amistad querida
nos vedara también la Providencia?

Si triste en mi recinto oscurecido
callo por no turbar, cuando te halles
contenta, tu placer, no es que te olvido,

A ti que ver la yerba por las calles
nacida, te entristece; ¡infortunada!
¡Si vivieras, hermosa, en estos valles!

Crece la yerba al pie de mi morada
libre y fecunda, desde octubre a mayo;
y no perece al fin por ser hollada

Sino del sol canicular al rayo
como mi juventud, como mi vida-
si le llamas vivir a este desmayo,

¡Si le llamas vivir, alma querida,
a levantar del lecho la cabeza
y volver a inclinarla dolorida!

Largo tiempo luché con la tristeza:
la paciencia sostuve y el aliento
y abusé de la humana fortaleza;

Pero llega el cansancio al sufrimiento
y de mi endeble máquina las venas
de la fiebre al dolor estallar siento

Como del barco seco en las arenas
de Cádiz, al ardor del sol estallan
los comprimidos mástiles y antenas.

¡Cádiz!... ¡el mar!... ¡mi amiga! ¿por
qué os hallan
lejos mis ojos, hoy que sin ventura
tanto mis penas contra mí batallan?

Aun pudiera del mar la brisa pura
reanimar el aliento de mi alma
y alegrarme la voz de tu ternura;

Mas no será, y en la abrasada calma
moriré del desierto, consumida
en tanto que tu sombra, humana palma,

En las playas del África esparcida
se retrata en la orilla de los mares
y a respirar al pájaro convida.

¡Que las aves dulcísimos cantares
te regalen en esas extranjeras
tierras, si melancólica te hallares!;

¡Ya que apenas llegar a esas riberas
podrá la voz doliente y extinguida
de estas canciones ¡ay! tal vez postreras!

¿Quién sabe si te di mi despedida
cuando volaba al africano puerto
la rugidora máquina encendida?

El sol tras de las aguas encubierto
en la flotante espuma chispeaba
de nuestro barco, por el sulco abierto;

Y tus hijos al verme que lloraba
cariñosos besaban mis mejillas
y yo a mi corazón los estrechaba.

Aquellas emociones tan sencillas
me dejaron de pena el alma rota,
cuando me vi del mar en las orillas
sola como la pobre gaviota.

La Esperanza En Ti

Nunca se clama en vano
cuando se clama al cielo en esta lucha
del existir humano;
todo, Señor, lo escucha
la gracia de tu oído soberano.

En medio a las estrellas
tu reposado caminar suspendes,
y oyes estas querellas
que tú sólo comprendes,
y nos respondes compasivo a ellas.

Tú la vena del llanto
haces que vierta su fecundo riego
en el mayor quebranto,
y nos das el sosiego
en el cansancio al fin de llorar tanto.

Tú de la misma pena
haces que nazca el sueño del reposo,
y la mar se serena
cuando más tormentoso
batalla el aire y rompe nuestra antena.

¡Oh, Señor, oh consuelo
el dulce, el solo, el cierto que en la vida
tiene el alma! ¡Tu cielo
contemplando embebida
cuántas noches me paso en mi desvelo!

La vía reluciente
que por la noche atravesando veo
del Este al Occidente,
¿será de mi deseo
el camino que busco ansiosamente?

Aquel iluminado
por la fúlgida luz de las estrellas,
camino señalado
para las almas bellas,
¿no le miro en la noche despejado?

¿No muestra la esperanza
del amoroso y celestial recreo
el camino que avanza
sin vuelta, sin rodeo,
sin pérdida en el cielo, sin mudanza?

¿Por qué la pesadumbre?
¿No he de llegar al fin, por más que tarde,
a esa dorada cumbre?
¿Es bien que me acobarde?
¿No es harto contemplar su hermosa lumbre?

Concierto misterioso
hacen los melancólicos luceros;
los nublados umbrosos
valen por compañeros
de los seres que sufren silenciosos.

Aquellos en su giro,
los otros navegando el firmamento,
parece que un suspiro
exhalan por el viento
para aliviar mi mal, cuando los miro.

Si en la bóveda oscura
suena el canto del pájaro perdido,
me llena de ternura
creyéndole gemido
que viene a acompañar mi desventura.

¡Pobre ave, tan nueva
que en este mayo acaso ha visto el día!
¿Dónde el aire la lleva
sola, errante, sin guía,
y por qué ese gemido triste eleva?

Ya cruza por Oriente,
ya muda hacia el ocaso su camino,
ya otra vez tiernamente
viene a exhalar su trino
en los sauces, al pie de la corriente.

Dondequiera un amigo
de nuestra humana pesadumbre hallamos,
dondequiera un testigo:
por más que los huyamos,
ave, nube o lucero están conmigo.

Suave melodía
de acentos que en el mundo se responden,
movimientos que guía
tu mano..., y corresponden
de tu máquina eterna a la armonía.

Tal vez el tedio aleja
de nuestro amargo pensamiento el ave:
la luz que nos refleja
el lucero suave,
resignados, Señor, tal vez nos deja.

Tal vez cuando la mente
la muerte invoca al sufrimiento cara,
se tiene de repente
viendo la luna clara
asomar tan hermosa y reluciente.

Y tal vez si el profundo
pesar no suspendieras de esos dones
con el placer fecundo,
en sus tribulaciones
desesperado pereciera el mundo.

Halle yo en mi carrera
ave desamparada, nube errante,
astro que reverbera
la luz de tu semblante,
y amo la vida aunque de pena muera.

Halle de tu grandeza
una señal donde mi vista alcanza,
y en la mayor tristeza,
Señor, tendré esperanza,
y en la pena más grande fortaleza.

Deja mis ojos claros
y de la noche al resplandor divino
contemplándote avaros,
para el bien que imagino
de la esperanza en ti veré el camino.
Carolina Coronado
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