Algunos Poemas

Un Pectoral De Pavor Para El Capitán Fiallo

UN PECTORAL DE PAVOR PARA EL CAPITÁN FIALLO


Ardía el caballero con sus ojeras rotas

llameaba su piel e iluminaba la ciudad

Moría de hambre el capitán Fiallo

acostado en su lecho de una bruta piel de toro

y un leño por almohada


brasa de muerte y soledad


rezos y campanadas

esquilas como cementerios del aire

Ardía desde el corazón hasta el vientre del valle

al que tardíamente había llegado

capitán

caballero
de los pobres

Tan tarde así que ya el crepúsculo era anciano

y las estelas eran viejas de siglos

El que moría era pálido como sus hazañas

y el oro de su bolso no cabría nunca en su tumba

porque —digo— había llegado tarde y nunca supo

caballero de codicia

capitán
y encomendero

que a un paso de su vida y a un paso de su muerte

yacían los tesoros las joyas del olvido

los caracoles de reluciente esperma marina

y la silenciosa pureza del cristal de roca


Y entonces muere el más rico de los pobres sin saberlo

el pobre

(el de pan duro mojado en agua serenada

el de un leño de mezquite por almohada

el dormido en una bruta piel de toro)

el capitán español

el benefactor español

el encomendero español

el bien llamado

el bienamado capitán Fiallo

el pobre

(Oaxaca tiene una calle con su nombre)

tan honradamente pobre como un vals empobrecido

(tiene también Oaxaca un sucio cine antiguo teatro llamado Macedonio Alcalá

y allí el vals Dios nunca muere se arrastra entre ratas

como el propio Alcalá moribundo en su negro petate)

tan pobre el capitán que sus niños y niñas lloraron

como muertecitos de alambre

y sus lágrimas eran de yeso

y los corregidores frailes y tenientes volvieron el estómago

al pie de los laureles de bronce

Pues en el horizonte

al poniente

y junto a montes color de tigre

una colina como una leona en reposo

se preñaba de rayos y de lluvia

(Xipetótec desollaba el agua, el relámpago y la Tumba 7)

porque el capitán —pintado al óleo a la entrada del museo—

había muerto tan aterido y flaco como un murciélago en su urna

y la riqueza ignorada y desdeñada podía esperar dos siglos

El capitán no tuvo perlas ni ámbares ni caracoles

ni oros ni plata ni azabaches ni turquesas

ni dagas de obsidiana ni pedernales ni cristales de roca

Mísero capitán

encomendero español

muerto como un perrito

como un perrito muerto

a la sombra de la sonora carcajada de Cosijo

en el corazón del marquesado

en la raíz de los tesoros

en el pulmón lunar de la noche mixteca

a un tiro de arcabuz de un pectoral

ennegrecido y turbio

como su amarga vida de bien aconsejada hipocresía

Descanse en paz

capitán

Fiallo de nombre

Los Hombres Del Alba

Y después, aquí, en el oscuro seno del río más oscuro,
en lo más hondo y verde de la vieja ciudad,
estos hombres tatuados: ojos como diamantes,
bruscas bocas de odio más insomnio,
algunas rosas o azucenas en las manos
y una desesperante ráfaga de sudor.

Son los que tienen en vez de corazón
un perro enloquecido
o una simple manzana luminosa
o un frasco con saliva y alcohol
o el murmullo de la una de la mañana
o un corazón como cualquiera otro.

Son los hombres del alba.
Los bandidos con la barba crecida
y el bendito cinismo endurecido,
los asesinos cautelosos
con la ferocidad sobre los hombros,
los maricas con fiebre en las orejas
y en los blandos riñones,
los violadores,
los profesionales del desprecio,
los del aguardiente en las arterias,
los que gritan, aúllan como lobos
con las patas heladas.
Los hombres más abandonados,
más locos, más valientes:
los más puros.

Ellos están caídos de sueño y esperanzas,
con los ojos en alto, la piel gris
y un eterno sollozo en la garganta.
Pero hablan. Al fin la noche es una misma
siempre, y siempre fugitiva:
es un dulce tormento, un consuelo sencillo,
una negra sonrisa de alegría,
un modo diferente de conspirar,
una corriente tibia temerosa
de conocer la vida un poco envenenada.
Ellos hablan del día. Del día,
que no les pertenece, en que no se pertenecen,
en que son más esclavos; del día,
en que no hay más camino
que un prolongado silencio
o una definitiva rebelión.

Pero yo sé que tienen miedo del alba.
Sé que aman la noche y sus lecciones escalofriantes.
Sé de la lluvia nocturna cayendo
como sobre cadáveres.
Sé que ellos construyen con sus huesos
un sereno monumento a la angustia.
Ellos y yo sabemos estas cosas:
que la gemidora metralla nocturna,
después de alborotar brazos y muertes,
después de oficiar apasionadamente
como madre del miedo,
se resuelve en rumor,
en penetrante ruido,
en cosa helada y acariciante,
en poderoso árbol con espinas plateadas,
en reseca alambrada:
en alba. En alba
con eficacia de pecho desafiante.

Entonces un dolor desnudo y terso
aparece en el mundo.
Y los hombres son pedazos de alba,
son tigres en guardia,
son pájaros entre hebras de plata,
son escombros de voces.
Y el alba negrera se mete en todas partes:
en las raíces torturadas,
en las botellas estallantes de rabia,
en las orejas amoratadas,
en el húmedo desconsuelo de los asesinos,
en la boca de los niños dormidos.

Pero los hombres del alba se repiten
en forma clamorosa,
y ríen y mueren como guitarras pisoteadas,
con la cabeza limpia
y el corazón blindado.

órdenes De Amor

ÓRDENES DE AMOR


¡Ten piedad de nuestro amor

y cuídalo, oh Vida!
Carlos Pellicer


1


Amor mío, embellécete.

Perfecto, bajo el cielo, lámpara

de mil sueños, ilumíname.

Orquídea de mil nubes,

desnúdate, vuelve a tu origen,

agua de mis vigilias,

lluvia mía, amor mío.

Hermoso seas por siempre

en el eterno sueño

de nuestro cielo,

amor.
2


Amor mío, ampárame.

Una piedad sin sombra

de piedad es la vida. Sombra

de mi deseo, rosa de fuego.

Voy a tu lado, amor,

como un desconocido.

Y tú me das la dicha

y tú me das el pan,

la claridad del alba

y el frutal alimento,

dulce amor.
3


Amor mío, obedéceme:

ven despacio, así, lento,

sereno y persuasivo:

Sé dueño de mi alma,

cuando en todo momento

mi alma vive en tu piel.

Vive despacio, amor,

y déjame beber,

muerto de ansia,

dolorido y ardiente,

el dulce vino, el vino

de tu joven imperio,

dueño mío.
4


Amor mío, justifícame,

lléname de razón y de dolor.

Río de nardos, lléname

con tus aguas: ardor de ola,

mátame...


Amor mío.

Ahora sí, bendíceme

con tus dedos ligeros,

con tus labios de ala,

con tus ojos de aire,

con tu cuerpo invisible,

oh tú, dulce recinto

de cristal y de espuma,

verso mío tembloroso,

amor definitivo.
5


Amor mío, encuéntrame.

Aislado estoy, sediento

de tu virgen presencia,

de tus dientes de hielo.

Hállame, dócil fiera,

bajo la breve sombra de tu pecho,

y mírame morir,

contémplame desnudo

acechando tu danza,

el vuelo de tu pie,

y vuélveme a decir

las sílabas antiguas del alba:

Amor, amor-ternura,

amor-infierno,

desesperado amor.
6


Amor, despiértame

a la hora bendita, alucinada,

en que un hombre solloza

víctima de sí mismo y ábreme

las puertas de la vida.

Yo entraré silencioso

hasta tu corazón, manzana de oro,

en busca de la paz

para mi duelo. Entonces

amor mío, joven mía,

en ráfagas la dicha placentera

será nuestro universo.

Despiértame y espérame,

amoroso amor mío.

1958

Poeta mexicano. Nacido en Silao (estado de Guanajuato), formó parte junto a Octavio Paz del grupo que editó la revista Taller (1938-1941), en la que participaron los escritores españoles exiliados en México. Sus temas van desde la poesía política y social al humor urbano y sexual, pero sus mayores logros se dieron en la lírica personal. En sus poemas sobre la ciudad de México y en sus "poemínimos" puso una nota de humor y desenfado en una época en la que este tono escaseaba en la poesía mexicana. Sus obras principales son: Absoluto amor (1935), Línea del alba (1936), Poemas de guerra y esperanza (1943), Los hombres del alba (1944), La rosa primitiva (1950), Los poemas de viaje 1949-1953 (1956), Estrella en alto (1956), La raíz amarga (1962), El Tajín (1963), Poemas prohibidos y de amor (1973), Los eróticos y otros poemas (1974), Estampida de poemínimos (1980) y Transa poética (1980). Murió en la ciudad de México.  
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