La Alucinada
LA ALUCINADA
La selva había crecido sobre las ruinas de
una ciudad innominada. Por entre la maleza asomaba, a cada paso, el
vestigio de una civilización asombrosa.
Labradores y pescadores vivían en la tierra
aguanosa, aprovechando los aparejos primitivos de su oficio.
Más de una sociedad adelantada había
sucumbido, de modo imprevisto, en el paraje malsano.
Conocí, por una virgen demente, el suceso
más extraño. Lloraba a ratos, cuando los intervalos de
razón suprimían su locura serena.
Se decía hija de los antiguos señores
del lugar. Habían despedido de su mansión fastuosa a una
vieja barbuda, repugnante.
Aquella repulsa motivó sucesivas calamidades,
venganza de la arpía. Circunvino a la hija unigénita,
casi infantil, y la persuadió a lanzar, con sus manos puras,
yerbas cenicientas en el mar canoro.
Desde entonces juegan en silencio sus olas descolmadas. La prosperidad
de la comarca desapareció en medio de un fragor. Arbustos y
herbajos nacen de los pantanos y cubren los escombros.
Pero la virgen mira, durante su delirio, una
floresta mágica, envuelta en una luz azul y temblorosa,
originada de una apertura del cielo. Oye el gorjeo insistente de un
pájaro invisible, y celebra las piruetas de los duendes alados.
La infeliz sonríe en medio de su desgracia, y se aleja de
mí, diciendo entre dientes una canción desvariada.
La selva había crecido sobre las ruinas de
una ciudad innominada. Por entre la maleza asomaba, a cada paso, el
vestigio de una civilización asombrosa.
Labradores y pescadores vivían en la tierra
aguanosa, aprovechando los aparejos primitivos de su oficio.
Más de una sociedad adelantada había
sucumbido, de modo imprevisto, en el paraje malsano.
Conocí, por una virgen demente, el suceso
más extraño. Lloraba a ratos, cuando los intervalos de
razón suprimían su locura serena.
Se decía hija de los antiguos señores
del lugar. Habían despedido de su mansión fastuosa a una
vieja barbuda, repugnante.
Aquella repulsa motivó sucesivas calamidades,
venganza de la arpía. Circunvino a la hija unigénita,
casi infantil, y la persuadió a lanzar, con sus manos puras,
yerbas cenicientas en el mar canoro.
Desde entonces juegan en silencio sus olas descolmadas. La prosperidad
de la comarca desapareció en medio de un fragor. Arbustos y
herbajos nacen de los pantanos y cubren los escombros.
Pero la virgen mira, durante su delirio, una
floresta mágica, envuelta en una luz azul y temblorosa,
originada de una apertura del cielo. Oye el gorjeo insistente de un
pájaro invisible, y celebra las piruetas de los duendes alados.
La infeliz sonríe en medio de su desgracia, y se aleja de
mí, diciendo entre dientes una canción desvariada.
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