Algunos Poemas

Duelo De Arrabal

DUELO DE ARRABAL


En la pobre vivienda de suelo desnudo, alumbrada con
una lámpara mezquina, las mujeres se congregaron a llorar.
Fuertes o extenuados alternativamente, no cesaban los trémulos
sollozos, palabras agotadas y confusas escapaban de los pechos
sacudidos, gestos de dolor suplicaban a los cielos mudos. En torno de
un pequeño ataúd crecía el clamor y llegaba al
delirio; contenía el cuerpo de un niño arrebatado por la
muerte a la vida de arrabal. Hacia un rincón estaban reunidos en
haz los juguetes recién abandonados, junto a los pobres
útiles de industrias femeninas, y, en irónica ofrenda a
los pies del Crucifijo, las drogas sobre la mesa descubierta. Nobles
sacrificios fracasaron en resguardo de su vida: el consumo del ahorro
miserable, los días de zozobra, las noches de vigilia. Aquel
día, cuando la oscuridad prosperaba hasta en el ocaso tinto de
sangrante sol, vino la muerte al amparo de las sombras leves y
benignas, con fría palidez sellando su victoria.

Vino a aquella mansión, como a muchas otras;
un mal tremendo, como aquel que de orden divina diezmó los
primogénitos de Egipto, apenas dejó casa pobre sin luto.
Por su influjo tuvieron de cuna el seno de la tierra innumerables
niños, despedidos por coros gemebundos, lamentados con llanto
breve y clamoroso, el llanto de quienes en la vida sin paz tienen peor
enemigo que la muerte.

Siguiendo el general destino de los tristes que, con
la urgente pobreza, desconocen el deleite del recuerdo lloroso, los
dolientes de la pobre vivienda, alumbrada con una lámpara
mezquina, también se lamentaron con desesperanza pasajera. Las
voces roncas gimieron hasta la partida del pequeño
cadáver; pero el olvido, ante el esperado afán del
día siguiente, hizo invasión con el sosiego de la primera
noche augusta y encendida.


El Justiciero

EL JUSTICIERO


Yo era un prelado riguroso. Mi autoridad pesaba sin
contemplaciones sobre un distrito fortificado. Mi palacio gobernaba el
río de la frontera, de cauce irregular, alterado por el
precipicio y la caverna. Mi estandarte, en figura de triángulo,
mandaba con acento vigoroso el concierto de escarpas, reductos y
atalayas.

Yo quería imponer, en su significación
cabal, los dragantes de mi blasón.

Me encarnizaba especialmente con los delitos de
condescendencia y de flaqueza. Vivía sumido en la
ventilación del problema de la gracia y del albedrío, y
sustraído al hechizo de la naturaleza sensible.

Yo ordené el castigo inhumano del
emparedamiento al saber el caso de una monja enamorada y
permanecí impasible a la súplica de sus deudos
arrodillados.

La infeliz se dirigió al sitio del suplicio
al compás de una música sorda y llevando a la diestra el
cirio de la penitencia.

Yo me enfermé de un mal incurable al recibir,
el día siguiente, la visita del progenitor de la víctima.
El anciano había aprendido, en la compañía de las
aves, un arte afectuoso. Habitaba, hasta ese momento, en la linde de
una floresta, en la vecindad de los ruiseñores, y los
había defendido de la saña innata del gavilán.

Las aves le habían referido, en trinos y
gorjeos, el cuento de esa vieja enemistad, notada, desde el alba de la
historia, en más de una teogonía venerable.

El anciano tañía el violón de
un ángel filarmónico, visto por mí en una
miniatura alegórica del paraíso.

Sus increpaciones, en el momento de alejarse, dieron
al traste con mi severidad.


La Balada Del Transeúnte

LA BALADA DEL TRANSEÚNTE

¡Cuánto recuerdo el cementerio de la
aldea! Dentro de las murallas mancilladas por la intemperie, algunas
cruces clavadas en el suelo, y también sobre túmulos de
tierra y alguna vez de mármol. El montón de urnas
desenterradas, puestas contra un rincón del edificio, deshechas
en pedazos y astillas putrefactas. Densa vegetación
desenvolvía una alfombra hollada sin ruido por el caminante.

De aquella tierra húmeda, apretada con
despojos humanos, brotaba en catervas el insecto para la marcha
laboriosa o para el vuelo rápido. Los árboles de follaje
oscuro, agobiados por las gotas de la lluvia frecuente, soplaban rumor
de oraciones, trasunto del oráculo de las griegas encinas.
Alguna que otra voz lejana se aguzaba en la tarde entremuerta,
zozobrando en el pálido silencio la solemnidad de la estrella
errante, precipitada en el mar.

Las nubes regazadas por el cielo, cual
procesión de angélicas novicias, dorándolas el sol
occidental, el que inunda de luz fantástica el santuario a
través de los góticos vitrales. Montes de manso declive,
dispuestos a ambos lados del valle del reposo, vestidos de nieblas
delgadas, que retozan en caballos veloces de valkirias, dejando
repentino arco iris en señal y despojo de la fuga.

Abandono aflictivo encarecía el horror del
paraje, aconsejaba el asimiento a la vida, ahuyentaba la enfermiza
delectación en la imagen de la fosa, mostrando en ésta el
pésimo infortunio, de acuerdo con la razón de los
paganos. La luz de aquel día descolorido secundaba la fuerza de
este parecer, siendo la misma que en las fábulas helenas instiga
la nostalgia de la tierra en el cortejo de las almas suspirantes a
través de los vanos asfódelos.


A Una Desposada

Agonicé en la arruinada mansión de
recreo, olvidada en un valle profundo.

Yacían por tierra los faunos y demás
simulacros del jardín.

El vaho de la humedad enturbiaba el aire.

La maleza desmedraba los árboles de
clásica prosapia.

Algunos escombros estancaba, delante de mi retiro,
un río agotado.

Mis voces de dolor se prolongaban en el valle
nocturno. Un mal extraño desfiguraba mi organismo.

Los facultativos usaban, en medio del desconcierto,
los recursos más crueles de su arte. Prodigaban la saja y el
cauterio.

Recuerdo la ocasión alegre, cuando
sentí el principio de la enfermedad. Festejábamos,
después de mediar la noche, el arribo de una extranjera y su
belleza arrogante. La pesada lámpara de bronce cayó de
golpe sobre la mesa del festín.

Entreveía en el curso de mis sueños,
pausa de la desesperación, una doncella de faz seráfica,
fugitiva en el remolino de los cendales de su veste. Yo la imploraba de
rodillas y con las manos juntas.

Mi naturaleza venció, después de mucho
tiempo, el mal encarnizado. Salí delgado y trémulo.

Visité, apenas restablecido, una familia de
mi afecto, y encontré la virgen de rostro cándido, solaz
de mi pasada amargura.

Estaba atenta a una melodía crepuscular.

El recuerdo de mis extravíos me llenaba de
confusión y de sonrojo. La contemplaba respetuosamente.

Me despidió, indignada, de su
presencia.

Cualquier invención de mi enfermizo
numen desluciría las páginas de este álbum. Las
ofendería con el desentono de azarosa tela de araña en
una mansión regia. Mas conviene el relato de venturosas nupcias.

Sueño que lo escuché de virgen
lisonjera en una comarca del Asia inverosímil; que era de noche,
y estaba yo embriagado con la plácida expiración de
rumores, canciones y perfumes; que el paisaje exótico se
coronaba con la luna y con el cortejo de las estrellas mayores, porque
las menores no conseguían lucir en medio de la
irradiación de aquéllas, sus hermanas; y sueño
que, sobre la tierra y delante de mis ojos, fantástica ciudad de
cúpulas y torres dormía cabe el espejo de un río
fabuloso; y recuerdo que la virgen me refirió esta fábula
amena: Yo conocí una princesa prometida en matrimonio al
sultán de un país remoto. Veía en las bodas el
comienzo de un cautiverio, porque, retirada y asustadiza, imitaba las
selváticas gacelas. Buscaba mi compañía y luego la
contemplación de sí misma en el espejo de una fuente
ornamental. Era delgada, firme y de tupidos cabellos, que bajaban a
confundirse con las aguas del ensombrado tazón de mármol.
Hasta aquí vino una tarde cierto poeta errante, precursor del
cortejo nupcial cada vez más vecino. Él se dijo despedido
de entre los suyos para entretener a la princesa durante el viaje a la
capital del esposo prometido. Todos se reúnen y parten al
día siguiente, cuando ya la princesa acepta los agasajos del
poeta y lo ama sin manifestarlo. El cortejo recorre selvas y desiertos,
en medio de la lluvia rumorosa y del estío lento, cuando el sol
prefiere su carro de bueyes albos. El poeta ejerce, en su vez, el
valor, el gracejo y la piedad. Ofende al tigre de estirpe real; burla
al mono desvergonzado; acoge la mariposa blanda, de seda y lana;
reverencia al asceta absorto. Se muestra cortesano amable y jinete
aguerrido. Ella se acerca al término del viaje y divisa los
palacios dispuestos para hospedarla, y repara que más le
convendría el desierto en compañía del vate
gentilísimo. Entretanto, éste ha desaparecido de su lado,
y ella es introducida, con el rostro sumiso, a presencia de su
dueño; pero una voz oculta y bien conocida la exhorta a la
alegría. La princesa alza los ojos y observa que el
cortés poeta era el esposo prometido, quien había dejado
las galas de monarca para ganar afectuosamente la mano de la amada,
omitiendo el prestigio de su elevado puesto.

Así me dijo la virgen lisonjera en un
país distante, debajo de un árbol musical; y su relato y
mi único sueño venturoso terminaron cuando la aurora
llamaba, enamorada, a mi ventana.


Rafael Castillo Zapata y Álvaro Mata conversan sobre José Antonio Ramos Sucre
El Signo Secreto Itinerario de José Antonio Ramos Sucre 1
José Antonio Ramos Sucre: imágenes de lo clásico y romántico dentro de la vanguardia.
La ruta poética de José Antonio Ramos Sucre
Reseña de 'Insomnio', de José Antonio Ramos Sucre, en 'La estación azul' de Radio Nacional de España
Biografía corta de José Antonio Ramos Sucre Por: Alexis Ortiz
46. “Obra completa” (1929) José Antonio Ramos Sucre
Preludio - José Antonio Ramos Sucre (Poema)
La ruta poética de José Antonio Ramos Sucre 2019-2020 (en la ciudad de Caracas)
Preludio de José Antonio Ramos Sucre (Adagio J.S Bach - Concierto de Brandeburgo nº 1)
VIDEO JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE Breve biografía ( 9 de junio de 1890- 13 de junio de 1930)
A orillas del mar eterno, José Antonio Ramos Sucre
Jose Antonio Ramos - La Alberca
La verdad - José Antonio Ramos Sucre (Audiopoema)
VERONAL- largometraje - Vida y Obra de José Antonio Ramos Sucre
La alucinada, por José Antonio Ramos Sucre
Jose Antonio Ramos - Timplango
VERONAL. Vida y obra de José Antonio Ramos Sucre
El superviviente de José Antonio Ramos Sucre
PROYECTO VERONAL VIDA Y OBRA DE JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
TVes.- 9 de junio 1890: Nace José Antonio Ramos Sucre
Literatura venezolana. José Antonio Ramos Sucre
JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE POEMA "EL POETA" de Adriana Cabrera
José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, 9 JUNIO 1890 – Ginebra, 13 JUNIO 1930) JARS infinito
"EL POETA NO DUERME" Dedicado al gran genio JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
Jose Antonio Ramos Sucre, un escritor poseído... por la Poesía. Tráiler de Biblioteca Ayacucho
El Familiar. José Antonio Ramos Sucre
La ruta poética de José Antonio Ramos Sucre
Entonces. De José Antonio Ramos Sucre
Preludio --- Jose Antonio Ramos Sucre
John Pollock reading "The Messenger" by Jose Antonio Ramos Sucre, translated by Guillermo Parra.
El Signo Secreto Itinerario de José Antonio Ramos Sucre 2
CRONOLOGÍA SELECTIVA DE JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
José Antonio Ramos Sucre - El mandarín
José Antonio RAMOS SUCRE, PRELUDIO. VERONAL, La tarea del Testigo
Micro José Antonio Ramos Sucre
JOSÉ ANTONIO RAMOS SUCRE, ESCRITOR Y POETA VENEZOLANO #TERTULIA24 - Prosa -Poesía
Conmemoración de los 133 del natalicio de José Antonio Ramos Sucre. #Shorts
Licencia Poetíca - José Antonio Ramos Sucre 1ra Parte
Poema dramático - José Antonio Ramos Sucre. Discurso contemplativo
VERONAL, vida y obra del poeta José Antonio Ramos Sucre
09 de junio 1890 -José Antonio Ramos Sucre poeta venezolano de talla mundial
Caracas en tiempos de José Antonio Ramos Sucre (El Arte de Escribir)
"Ocaso" de José Antonio Ramos Sucre
Omega Jose Antonio Ramos Sucre (poema)
El Signo Secreto Itinerario de José Antonio Ramos Sucre 3
LA RUTA JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
1era Promo Liceo José Antonio Ramos Sucre
La Plaga. José Antonio Ramos Sucre

Véase también

29/octubre/2025

A quién le gusta

Seguidores