Ocaso

OCASO


Mi alma se deleita contemplando el cielo a trechos
azul o nublado, al arrullo de un valse delicioso. Imita la quietud del
ave que se apresta a descansar durante la noche que avecina. Bendice el
avance de la sombra, como el de una virgen tímida a la cita, al
recogerse el día y su cohorte de importunos rumores. Crecen
silenciosamente sus negros velos, tornándose cada vez más
densos, hasta dar por el tinte uniforme y el suave desliz la
ilusión de un mar de aguas sedantes y maléficas.

Envuelto en la obscuridad providente, imagino el
solaz de yacer olvidado en el son de un abismo incalculable, emulando
la fortuna de aquellos personajes que el desvariado ingenio
asiático describe, felizmente cautivos por la fascinación
de alguna divinidad marina en el laberinto de fantásticas grutas.

Expiran los sones del valse delicioso cuando el sol
difunde sus postreras luces sobre el remanso de la tarde. A favor del
ambiente ya callado y oscuro disfrutan mis sentidos de su merecida
tregua de lebreles alertos. Y a detener sobre mi frente el perezoso
giro de su velo, surge del seno de la sombra el vampiro de la
melancolía.


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