Carnaval

CARNAVAL


Una mujer de facciones imperfectas y de gesto
apacible obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la
habría situado en el curso de una escena familiar, para
distraerse de su genio melancólico, asediado por figuras
macabras.

Yo había llegado a la sala de la fiesta en
compañía de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la
sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde ellos
habían arriesgado la vida por mi causa.

Los enemigos travestidos nos rodearon
súbitamente, después de cortarnos las avenidas. Admiramos
el asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines.
Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes mortales, evitando
declararse por la voz. Se alejaron, rotos y mohínos, dejando el
reguero de su sangre en la nieve del suelo.

Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta,
me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis
fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una
bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento
mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.

Ellos se perdieron en el giro del baile.

Yo divisaba la misma figura de este momento.
Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba la
presencia de la mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en
una tregua de la danza de los muertos.


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