Renacentista

RENACENTISTA


La veneciana altiva de tez nevada, escucha las
barcarolas desde la azotea de su mansión bizantina. Mira la
tarde fantástica, de celajes dispersos, semejanza de tesoros
volcados sobre el piso de un palacio roto a la fuerza. Un soplo del mar
desata los cabellos de luz sobre la veste azul y le besa el rostro
mortificado.

Defiende a veces con la diestra los ojos
deslumbrados, adornándose con el atributo de una ceguedad
temprana y divinatoria, y la breve sombra de la mano aumenta la
dignidad de la faz muda.

La mujer nota el arribo de las galeras alegres,
ostentosas de blasones dominantes, animadas con el atavío de las
banderolas triangulares y volubles. Vienen de visitar naciones
índicas, de alma sinuosa, de prosperidad inficionada, sujetas a
la voluntad de reyes disipados.

Reconoce a los vencedores del mar fluctuoso,
deshecho en montes, marinos prendados de constelaciones hechiceras,
rescatados y salvados por algún vuelo de aves de vida
continental; y desadvierte la hazaña de la juventud aguerrida,
de fuerza probada en el océano patente.

La virgen refractaria condena las mercedes de la
fama, siguiendo la voz de un orgullo terminante. Conoce las ideas de su
tiempo, recreo de un ideal soberbio, enemigo de la fe tradicional.
Resume el infortunio de su casta, de porte senatorial, extinguida bajo
la saña de una facción victoriosa, y oculta su vida y su
nombre en la morada bizantina, arruinada secretamente por el mar,
celador previsto de su lápida.


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