El Mensajero

EL MENSAJERO


La luna, arrebatada por las nubes impetuosas, dora
apenas el vértice de los sauces trémulos, hundidos con la
tierra, en un mar de sombras.

Yo cavilaba a orillas del lago estéril,
delante del palacio de mármol, fascinado por el espanto de las
aguas negras.

Ella apareció bruscamente en el
vestíbulo, alta y serena, despertando leve rumor.

Pero volvió, pausada, a su refugio, cerrando
tras de sí la puerta de hierro, antes de volver en mi acuerdo y
mientras esforzaba, para hablarle, mi palabra anulada.

Yo rodeo la mansión hermética,
añadiendo mi voz al gemido inconsolable del viento; y espero,
sobre el suelo abrupto, el arribo del bajel sin velas, bajo el gobierno
del taumaturgo anciano, monarca de una isla triste, para ser absuelto
del pesado mensaje.


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