El Rajá

EL RAJÁ

Yo me extravié, cuando era niño, en
las vueltas y revueltas de una selva.

Quería apoderarme de un antílope recental. El rugido del
elefante salvaje me llenaba de consternación. Estuve a punto de
ser estrangulado por una liana florecida.

Más de un árbol se parecía al
asceta insensible, cubierto de una vegetación parásita y
devorado por las hormigas.

Un viejo solitario vino en mi auxilio desde su
pagoda de nueva pisos. Recorría el continente dando ejemplos de
mansedumbre y montado sobre un búfalo, a semejanza de Lao-Tse,
el maestro de los chinos.

Pretendió guardarme de la sugestión de
los sentidos, pero yo me rendía a los intentos de las ninfas del
bosque.

El anciano había rescatado de la servidumbre
a un joven fiel. Lo compadeció al verlo atado a la cola del
caballo de su señor.

El joven llego a ser mi compañero habitual.
Yo me divertía con las fábulas de su ingenio y con las
memorias de su tierra natal. Le prometí conservarlo a mi lado
cuando mi padre, el rey juicioso, me perdonase el extravío y me
volviese a su corte.

Mi desaparición abrevió los
días del soberano. Sus mensajeros dieron conmigo para advertirme
su muerte y mi elevación al solio.

Olvidé fácilmente al amigo de antes,
secuaz del eremita. Me abordó para lamentarse de su pobreza y
declararme su casamiento y el desamparo de su mujer y de su hijo.

Los cortesanos me distrajeron de reconocerlo y lo
entregaron al mordisco sangriento de sus perros.


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