El Capricornio
EL CAPRICORNIO
Fijamos la tienda de campaña en el suelo de
arena, invadido por el agua de una lluvia apacible. Vivíamos
sobre las armas con el fin de eludir la sorpresa de unos jinetes de
raza imberbe.
Unas aves de pupila de fuego, metamorfosis de unos
lobos empedernidos, alteraban la oscuridad secreta. Un lago
trémulo recogía en su cuenca la vislumbre de un cielo
versátil.
Sufríamos humildemente la penuria del clima.
Derribamos un cabrío, el primero de una tropa montaraz, y nos
limitamos a su vianda rebelde, coriácea. Los cuernos
repetían la voluta precisa de los del capricornio en la faja del
zodíaco.
Plutarco, prócer de un siglo decadente, cita
los ensueños torpes, derivados de los manjares aviesos, y
persiste en reprobar la cabeza del pólipo.
Los jinetes habían dirigido en nuestro
seguimiento el rebaño funesto. Esperanzados en el desperdicio de
nuestra pólvora, inventaron el ardid magistral de ponerlo a
nuestro alcance. De donde vinieron la captura y el aprovechamiento de
la res infame y la danza de unas formas lúbricas en el reposo de
la cena.
Disparamos erróneamente los fusiles sobre el
ludibrio de los sentidos. Unos gatos de orejas mútilas
cabriolaban, a semejanza de los sátiros ebrios de un Rubens, en
el seno de una llama venenosa.
Fijamos la tienda de campaña en el suelo de
arena, invadido por el agua de una lluvia apacible. Vivíamos
sobre las armas con el fin de eludir la sorpresa de unos jinetes de
raza imberbe.
Unas aves de pupila de fuego, metamorfosis de unos
lobos empedernidos, alteraban la oscuridad secreta. Un lago
trémulo recogía en su cuenca la vislumbre de un cielo
versátil.
Sufríamos humildemente la penuria del clima.
Derribamos un cabrío, el primero de una tropa montaraz, y nos
limitamos a su vianda rebelde, coriácea. Los cuernos
repetían la voluta precisa de los del capricornio en la faja del
zodíaco.
Plutarco, prócer de un siglo decadente, cita
los ensueños torpes, derivados de los manjares aviesos, y
persiste en reprobar la cabeza del pólipo.
Los jinetes habían dirigido en nuestro
seguimiento el rebaño funesto. Esperanzados en el desperdicio de
nuestra pólvora, inventaron el ardid magistral de ponerlo a
nuestro alcance. De donde vinieron la captura y el aprovechamiento de
la res infame y la danza de unas formas lúbricas en el reposo de
la cena.
Disparamos erróneamente los fusiles sobre el
ludibrio de los sentidos. Unos gatos de orejas mútilas
cabriolaban, a semejanza de los sátiros ebrios de un Rubens, en
el seno de una llama venenosa.
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