La Redención De Fausto

LA REDENCIÓN DE FAUSTO


Leonardo da Vinci gustaba de pintar figuras
gaseosas, umbrátiles. Dejó en manos de Alberto Durero,
habitante de Venecia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la
sonrisa mágica.

Ese mismo cuadro vino a iluminar, días
después, la estancia de Fausto.

El sabio se fatigaba riñendo con un bachiller
presuntuoso de cuello de encaje y espadín, y con
Mefistófeles, antecesor de Hegel, obstinado en ejecutar la
síntesis de los contrarios, en equivocar el bien con el mal.
Fausto los despidió de su amistad, volvió en su juicio y
notó por primera vez la ausencia de la mujer.

La criatura espectral de Leonardo da Vinci
dejó de ser una imagen cautiva, posó la mano sobre el
hombro del pensador y apagó su lámpara vigilante.


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